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18/03/2015 EL MUNDO

Problema de convivencia por mercaderes callejeros de telefonía sospechosa

Una veintena de vecinos, entre los que predominaban señores mayores, se concentraron ayer a las siete de la tarde en señal de protesta silenciosa bajo un cartel con el lema «Por un barrio sostenible. Basta de inseguridad». A sus espaldas, en la esquina de la avenida Eduardo Dato con la calle Goya, muy cerca del estadio del Sevilla FC, brillaban las luces de la tienda de la multinacional australiana de compraventa de objetos usados Cash Converters, con varios carteles con la misma demanda pegados en sus muros.

La tienda no es su enemigo (de hecho, les habían dejado poner los carteles), pero sí el origen del clima de «inseguridad» que dicen que se ha adueñado de la manzana desde que hace algo más de cuatro años abrió este gran local (frecuentado por personas de bajos recursos) y se generó en la puerta y en las calles aledañas un importante mercado secundario, en especial de móviles. Varias decenas de hombres jóvenes, de origen marroquí sobre todo y españoles, se apuestan todo el día en la zona para comprar su mercancía tanto a los que acuden al Cash Converters -al que le hacen así la competencia- como a otros que les buscan directamente a ellos sabiendo que aquí se ha formado como una pequeña extensión del mercado del Charco de la Pava.

La presencia de estos compradores callejeros, la mayoría árabes y gitanos españoles de piel oscura, molesta e inquieta a parte de los vecinos y comerciantes de la zona. Sospechan que los móviles que compran son robados. «El otro día vino uno en un coche para vender doce o quince móviles en cajas», dice el presidente de la asociación Nervión Unido, Luis Carrero. «La diferencia es que en el Cash Converters tienes que identificarte y ellos no preguntan si es lícito o no. Le hacen la competencia desleal».

Añade que estos mercaderes sin puesto molestan al abordar a los viandantes para preguntarles si tienen algo que vender. «Nos tienen acosados». Asegura que hay familias que ya no dejan a sus hijas pasar por esta acera porque «les dicen barbaridades» y que hay comerciantes que han perdido clientes porque los compradores callejeros los espantan con su mera presencia. Se queja también de «peleas» callejeras.

El abogado de la asociación, Ángel Bordas (que ya lideró una revuelta vecinal en San Jerónimo en septiembre de 2011 que acabó con la quema de un poblado chabolista de gitanos rumanos acusados de supuestos robos), propone que la Policía identifique a estos hombres, les multe y los acuse de desobediencia a la autoridad si siguen con su actividad comercial en la calle, abriéndoles si llega el caso procesos «de expulsión». Los manifestantes aclaran que no les han robado.

Venta entre particulares

Policías locales que vigilan a diario frente a la tienda tras las quejas vecinales al Ayuntamiento (se alternan con agentes de la Nacional) explican a un vecino que comprar y vender entre particulares en la calle es legal, como si se hace por Internet, y que no pueden detener a nadie ni identificarlos todos los días si resulta que los móviles que tienen no son robados y, aunque muchos cuenten con antecedentes por hurtos o peleas, no tienen ninguna causa pendiente. Dicen los policías que en todo el tiempo que llevan, ellos no han encontrado ni un solo móvil que conste en sus registros como robado. Destacan que aquí no hay más hurtos que en otras partes y que la inseguridad es una impresión subjetiva.

El gerente del Cash Converters -la tienda pasa a diario una relación de sus objetos comprados y el DNI de los vendedores a la Policía para comprobar que no son robados- no hace declaraciones. Pero los que sí hablan con ganas, tras su reticencia inicial, son algunos de los señalados por los vecinos. Mohamed, Ismail y Adil, hispano-marroquíes, insisten en que ellos no compran móviles robados a sabiendas porque sería un problema para ellos que no merece la pena por los apenas cinco o diez euros de beneficio que dicen que sacan por teléfono al revenderlos luego en mercadillos, que le piden el DNI y la factura a quien les venda un aparato y que están permanentemente vigilados por la Policía.

Aseguran que se llevan bien con la mayoría de vecinos, a los que muestran «respeto siempre», y que lo único que hacen es ganarse la vida después de haberse quedado en paro. De hecho, cuentan que ahora son menos porque algunos han encontrado trabajo (la Policía calcula que son unos 25). «Los vecinos no tienen nada que temer de nosotros, somos igual que ellos, no amenazamos a nadie, no robamos ni hacemos nada malo», dice Mohamed, de 21 años, que apunta que el problema quizás es que «algún vecino es racista». Ismail, cocinero en paro y padre de una hija, añade rotundo, para significar que ellos son los primeros interesados en no enfadar a los vecinos: «Donde se come no se caga».

Aquí se comercia con móviles, pero falta comunicación entre los mercaderes callejeros y los vecinos recelosos. Dan ganas de presentarlos entre sí, que se conozcan y limen sus diferencias. Hablando se entiende la gente. Cara a cara.

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